El hierro, al ser el metal más abundante y que se encuentra al nivel de la corteza terrestre, lleva siendo utilizado durante miles de años. De hecho, existen adornos de este material anteriores al 3.000 a.C.
El primer pueblo conocido que trabajaba con el hierro fue el Hitita. Aunque invadidos, hacia el 1.700 a.C., esa cultura no se perdió, por el contrario, al ver el potencial de dicho material, ya que se puede trabajar y transformar con facilidad, se expandió rápidamente por el resto de los pueblos.
En el transcurrir de los siglos, el ser humano fue perfeccionando las técnicas. Así, ya en el siglo XIV, se produjeron las primeras fabricaciones de acero; en recipientes de arcilla se echaba una mezcla de hierro y carbón vegetal que se mantenía durante varios días.
Debido al aumento del tamaño de los hornos utilizados para la fundición, se empezó a producir una aleación que podía fundirse a una menor temperatura para a continuación ser refinada con el fin de fabricar acero. Era el arrabio.
La elaboración del acero, con la aparición de Henry Bessemer, un inventor británico, ya no volvería a ser igual. La industria siderúrgica cambió para siempre. En 1855 ideó un convertidor que conseguía afinar y eliminar los altos contenidos en carbono, magnesio y silicio mediante una corriente de aire por el fondo. Luego llegarían más avances, por un lado, con los hermanos Siemens al calentar previamente el aire de combustión y, por otro lado, con los hermanos Martin quienes fundían una mezcla de arrabio y chatarra que conseguía mejorar el sistema.
Si hoy en día, no tuviésemos acero, nada sería igual; trenes, barcos, electrodomésticos, fábricas, casas... Su importancia es esencial en la estrategia de un país.
Una curiosidad, en la época romana, en Hispania, el mineral más apreciado se extraía de las minas celtibéricas del Moncayo. Los romanos forjaron multitud de espadas con el mineral extraído de las zonas de Calatayud y Tarazona.
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